Muchas Comodidades
Durante los tres días previos a la batalla pactada entre Aetos y yo, me mantuve como un especial invitado en la casa de mi entrañable amigo, lleno de comodidades, sin embargo, lejos de hacerme sentir muy cómodo, me parecían totalmente innecesarias, especialmente la cama, demasiada comodidad para mi gusto.
En toda mi vida anterior a esos días, yo siempre dormí en el suelo, solamente con algunas pieles como base, eso era suficiente para mí. Después de la segunda noche, pedí a uno de los sirvientes de Aetos que me diera un par de pieles de cabra o camello, yo quería volver a dormir en el suelo, cosa que hago hasta el día de hoy.
Intentos de persuasión
Mi gran amigo, no desaprovechó ninguna oportunidad para intentar persuadirme de no matar a sus hombres, pero yo estaba cegado por el deseo de venganza, tanto, que no pensaba siquiera en que talvez no lo merecían. Digo, ¡por supuesto que me trataron mal! y yo no había sido al único, por fin nadie en este mundo en ninguna generación se ha librado de la maldad humana.
¿Realmente merecían morir? No tenía la capacidad de hacerme esa pregunta a mí mismo, solamente deseaba saborear sus carnes y sangre, solamente añoraba bañarme con el aroma de su miedo, el aroma del terror y el dolor -Lex talionis- después de todo, era mi única brújula moral. ¿Amar a tus enemigos? Esas palabras no existían aún, pero sí, “sangre por sangre”.
Hannify, la esposa de Aetos, también intentó convencerme de no asesinar a esos hombres, ¿Cuál será tu gloria? –preguntaba Hannify- ¿el hijo de un dios contra cinco débiles mortales? ¿Eso se recordará de ti? Hannify tenía razón, pero el instinto de la bestia no podía opacarse.
Al tercer día
Al amanecer del tercer día, tal como había sido mi pacto con Aetos, yo me dirigía junto con el capitán hacia el campamento de Teesap, donde los soldados aguardaban el momento de mi llegada para dar inicio a la batalla. Recuerdo muy bien haberme sentido muy ansioso, realmente deseaba terminar pronto con ese asunto, realmente deseaba terminar pronto con esos cinco perros.
Al llegar al campamento, fui recibido por un par de los oficiales del ejército ¡cuánto habían cambiado las cosas! Entré a ese lugar para ser torturado y ejecutado, ahora regresaba y era atendido como el hijo de un dios por los oficiales de un ejército, ¡vaya si da vueltas el mundo!
La armadura
Fui vestido con una armadura, grebas y brazaletes de cuero, hombreras de escamas, una pancera de pequeños cuadros de metal, un gorjal de bronce en el pecho y espalda. Un tipo de armadura muy antiguo, y las ropas de un soldado griego, trapos extraños e incomodos, sin duda, eran muy raros estos tipos, los griegos.
El olor del miedo y la expectación estaba por todas partes, incluso los oficiales que atendieron mi llegada, actuaban con mucha cautela al hablarme o acercarse a mí. Estaban atormentados por mi presencia, y yo no hacía más que disfrutar ese hermoso aroma que anunciaba mi venganza. Créeme, esto no me enorgullece.
El combate o la masacre, se llevaría a cabo en una arena que se usaba para hacer entrenamientos de lucha. Por el olor, sabía que los cinco desafortunados ya se encontraban en la arena esperándome, podía escuchar algunos golpes de las espadas de éstos, quizá practicando un poco sus movimientos, o simplemente queriendo subir su moral para enfrentar con honor su muerte.
El argumento de Aetos
Aetos entró al lugar donde yo aguardaba el momento y dijo: hijo de dioses, ¿harás esto?, a lo que con toda seguridad respondí –en mi mente, ya estoy saboreando sus carnes- el bajó su mirada con cierta desilusión, evidentemente tenía la esperanza que yo me arrepintiese de lo que estaba por hacer, fue entonces cuando dijo unas palabras que jamás olvidaré, palabras que se volvieron parte del código de mi vida.
“La misericordia para tus adversarios, te elevará hijo de dioses”. Yo, Azza, he de ser honesto, y no podré negar que mi mirada cambió, mi ceño fruncido se relajó, y sorprendido vi directamente a los ojos de Aetos. La misericordia no había sido parte de mi vida desde la muerte de mis amados, simplemente había olvidado por completo lo que eso significaba.
¿Misericordia, Aetos? ¡dime qué es lo que es eso! -esos hombres solamente hacían lo que debían hacer, fueron entrenados para eso- dijo Aetos. Él se sentó en una de las sillas de ese lugar que usaban para planificar sus estrategias, Aetos cerró sus ojos y dio un profundo y largo suspiro, se acomodó muy bien en la silla, paciente y lento, se inclinó hacia mí e hizo su último intento.
La sabiduría del Capitán
Hijo de dioses, hermano mío –dijo el capitán- si acabas con esos hombres, acabarás también con mi gracia hacia ti. Esos hombres hicieron lo que hicieron porque debían hacerlo, son soldados, protegen el reino de Epífanes. ¿Acaso la venganza te dará gloria? ¿Tomar sus vidas es lo que debes hacer? Tú, hijo de dioses, has hablado mucho de injusticia y venganza cuando solo era el deber. Dime hijo de dioses, ¿es tu deber tomar venganza y bañarte en la sangre de tus enemigos?
¡Hijo de dioses, amigo mío, mi hermano!, eres poderoso en muchas formas que aún tú desconoces, tu fuerza es la de diez hombres, si no eres el hijo de un dios, seguramente eres la encarnación de alguno de ellos, y es tu carne la que nubla tu juicio. No es importante si puedes morir o no, menos importante aun, es, si quieres o no morir. Esa decisión, le pertenece a otro.
¿Qué importa si vives por siempre o mueres hoy? ¡¡Un hijo de dioses cruel e inmisericorde!! ¿Es eso lo que quieres que se recuerde de ti? Escucha bien mis palabras hermano mío, y sé justo con esos hombres, ten misericordia de ellos, aun más, perdonadlos y entonces, solo entonces, todos te temerán, temerán tu poder, pero, también ganarás el respeto de todo este ejército, se hablará de ti más que por mil años, y ganarás el amor de un débil humano que se hace llamar tu amigo.
La respuesta a mi amigo
Yo había olvidado lo que se siente ser tratado dignamente hasta que te conocí Aetos, has tendido tu mano para ayudarme, te has humillado a mí, y tu familia me ha recibido como si fuese el hijo de un dios, pero, la verdad es que no lo soy, yo no soy el hijo de un dios, soy solamente un monstruo, los dioses de los que tanto hablas me convirtieron en esto, en una bestia con la insaciable hambre de la sangre de los malditos.
¿Piensas tú, mi señor, que tiene alguna importancia lo que se piense de mí después de mi muerte? Yo no existo más Aetos, yo Azza, morí junto con mis amados, no me interesa tener misericordia, no me interesa el respeto de tu ejército o su temor, pues, lo único que sobrevive dentro de mí, es un gigante sediento de sangre culpable, la cual debe ser esparcida y absorbida por la tierra.
Si al terminar este día sigo vivo, lamentaré profundamente perder tu gracia, lamentaré profundamente haber perdido y defraudado a un gran amigo como lo eres tú, mi señor. Lamentaré también el duelo de las familias de estos malditos, pero, no me es posible calmar a esta bestia, ya no soy capaz de controlar el animal en el que tus dioses me convirtieron.
Me has hecho recordar lo que es la dignidad, me has dado a recordar la palabra misericordia, pero yo, quien sea que sea, sea yo la cosa que sea, yo ya no sé lo que la misericordia es, y no sé cómo perdonar a tus hombres, la bestia exige sangre, y del antiguo yo, no queda más que un rostro que se le parece.
Toda la verdad
Verdaderamente, estas palabras salían de algo dentro de mí que dolía mucho, estoy seguro que intentaba realmente hacer honor al clamor de mi amigo, pero tal como él lo dijo, era mi carne la que nublaba mi juicio y no había nada que yo pudiese hacer en contra de ello. Es hora mi señor –dije a Aetos- él cerró sus ojos y luego de un gesto de desilusión, se puso de pie, se acercó a mí y me rodeó con un abrazo que no parecía más que una despedida.
Aetos no pudo controlar su dolor, un suave llanto venía de él mientras me abrazaba, -estaré bien mi señor- le dije tontamente. Sé bien que lo estarás, sé bien que vencerás a esos hombres –dijo el capitán- mi corazón se constriñe, porque pase lo que pase, vivas o mueras, yo habré perdido un gran amigo, y aunque no lo creas, me dolerá más eso, que la inútil muerte de mis hombres.
Incómodos artilugios
El capitán señaló el lugar al que debía ir, caminé escoltado por mi amigo. Se acercó de pronto uno de sus oficiales, traía consigo una hermosa daga, una espada y una lanza griega, ¡espero que estas armas sean de tu agrado! dijo el oficial, por lo que de inmediato tomé la lanza, pensé que me daría una gran ventaja por la distancia que ésta ofrece.
Conforme daba cada uno de los pasos que me conducían a la arena, notaba lo mucho que me incomodaba la armadura, mi instinto lo percibía como algo no natural, era un animal que sería lanzado a sus presas, yo no necesitaba esas cosas, no necesitaba una armadura, no necesitaba una lanza o una espada, mis manos y mis fauces bastaban para la labor que me había propuesto.
En la arena
En la arena se encontraban ya los cinco soldados, ¡esos cinco perros que habían disfrutado a expensas de mi sangre! Estaban protegidos con armaduras mucho más pesadas que la que yo portaba. Tenían todo tipo de armas listas en cierto orden sobre la arena, espadas, mazos, lanzas… Parecían estar listos para librar una guerra contra los sirios ellos solos.
Estos hombres, aunque muy atemorizados, estaban también resignados a su muerte, estaban listos para recibir su castigo con estoicismo, pero, definitivamente, darían guerra, estos hombres, aunque sudaban mucho miedo, querían ser recordados como hombres valientes que se enfrentaron al hijo de dioses, querían ser recordados como hombres que no tuvieron miedo de enfrentarse a la bestia, hombres que pudieron huir y no lo hicieron por el honor a sus nombres.
Tiempos de honor
Extraño esos tiempos en que el honor y los hombres estoicos existían, esos tiempos en los que la valía de un hombre residía en su palabra y en la forma en como enfrentaban a la muerte ¡de cara a cara! En estos tiempos, una mujer o un hombre, te mentirán por la cosa más vana que se te ocurra, en esta extraña y podrida época, un hombre o una mujer, te mentirán solamente para poder excitarse o aumentar su ego con los mensajes de alguien prohibido. ¡Qué época tan extraña! ¡Cuán equivocado estaba yo con los griegos!
Recuerdo los rostros de aquellos hombres, asustados, alertas, ¡había valía en sus ojos!, tanto como había tristeza, dos o tres de ellos tenían el dulce aroma de alguna mujer y niños también, en ese momento, supuse que habían tenido la oportunidad de despedirse de sus familias, seguramente eso aligeraba cualquier pequeña carga moral que pudiese yo haber sentido, luego de las palabras de Aetos.
No soy capaz de recordar mi expresión, seguramente sonreía muy a gusto, por haber llegado aquel momento esperado. Seguramente estaba muy ansioso por acabar con aquel asunto, que solo podía terminar con la muerte y la sangre de aquellos cinco. Mis sentidos estaban muy alertas, estaban maximizados, tanto, que algunos sonidos y olores comenzaban a volverse difíciles de interpretar, pero no lo suficiente como para hacerme retroceder. ¡Sentidos maximizados antes de una batalla!, solamente ventajas.
Incómodos artilugios
En esos momentos, la armadura y ropas, comenzaron a hacerme sentir muy incómodo, no sabría explicar el sentir más allá de saber que no era natural y no lo necesitaba. No lo pensé mucho, no lo pensé nada al decir verdad, y comencé a quitarme todo aquel pesado e inútil atuendo. Quité cada una de las partes de la armadura, y cada una de las ropas hasta quedar desnudo por completo. Solamente entonces, justo en ese momento me sentí listo para la batalla, era como haber soltado la cadena de aquel monstruo, ¡sentía que había liberado otra gran porción de poder!
Nadie daba crédito a lo que veía, seguramente lo justificaron pensado –es el hijo de un dios, puede luchar sin armas, ni armadura, o seguramente está dando un poco de ventaja a los hombres- ¿Cómo saber por qué prefiero luchar y cazar desnudo? Dos mil doscientos años no me han dado la respuesta, no más que una hipótesis… soy un animal, los animales no usan ropa.
Los cinco soldados se notaban más confundidos aun, y lejos de aliviarles el hecho de que yo estuviese desarmado y desnudo, lo cual les daría mucha más ventaja, por supuesto, ellos se atemorizaron aún más. Recuerdo que mi respiración se hizo más lenta y profunda, podía sentir el poderoso resoplido de mi aire. Un rugido sutil nacía en mi garganta, doblé mis rodillas y me apoyé en mis manos, como un felino acechando a sus débiles presas.
A pesar de mi primitivo estado, recuerdo la interrupción de Aetos, fue un grito -¡Que Sejmet sea apaciguada!-, eso era como pedir la bendición de aquella diosa, previo a la batalla. Seguramente el capitán dijo algo más, pero, yo me encontraba al acecho, me es imposible recordar algunos detalles de aquel momento.
La Batalla
Me lancé sobre el primero de aquellos hombres, era el más cercano a mí, en un muy rápido movimiento, lo había desarmado y tirado en el suelo, justo en el momento en que me disponía a morder en su cuello y mientras él me miraba con los ojos más llenos de terror que había visto hasta ese día, los otros cuatro soldados corrían hacia mí con sus armas y gritos de guerra. Me levanté de sobre el primer soldado, y en un rápido y exacto salto, había tomado por las clavículas a otro de los soldados, a quien lancé sobre los otros tres con muy poco esfuerzo, derribándolos a todos.
En ese momento, los cinco soldados se encontraban tirados en la arena intentando reagruparse. Era mi oportunidad para dejar de darle largas a este asunto. Rápidamente, corrí alrededor de ellos y tomando todas sus armas, las lancé fuera de la arena, dejándolos solamente con sus manos para defenderse, no quería más distracciones para lo que estaba por hacer. Ahora, aquellos hombres se encontraban indefensos.
A ese momento, derribados todos en pocos segundos y estando desarmados, sabían que su momento había llegado, no había más que pudiesen hacer, pero, en un último intento, mientras escogía a quien devoraría primero, uno de ellos atrapó mi cuello por la espalda. ¿Es necesario decir que fue una muy mala idea? Solamente consiguió enfurecerme, y experimentar un nuevo grado de inconciencia, mucho más primitivo aún.
Fácilmente lo tomé por sus brazos, fuertemente, comencé a retorcer una de sus extremidades hasta escuchar crujir sus huesos mientras él gritaba con todas sus fuerzas e intentaba inútilmente escapar de mí. Tres de los restantes cuatro soldados me golpeaban, mientras yo destruía el brazo de su compañero de armas. Solamente uno de los cinco pensaba que cualquier intento era ya inútil, mientras se acurrucaba haciendo una plegaria, a quien sabe cuál de sus dioses.
Los golpes de aquellos tres no eran más que imágenes, podía ver lo que hacían, pero, no sentía nada, mientras era golpeado con todas las fuerzas de aquellos. Tampoco sentí nada posterior a la batalla. Yo destruía los huesos del brazo de aquel soldado, y mientras observaba con curiosidad a los otros tres golpeándome, alcé la mirada y descubrí a mi amigo, Aetos, el capitán, dando la espalda a aquel espectáculo, que seguramente le resultaba grotesco, injusto y muy triste.
Un momento de lucidez
Aetos sabía que estaba por matarlos a todos, y ya había dejado claro que no lo aprobaba. Tres soldados me golpeaban inútilmente, mientras otro yacía acurrucado en la arena, y uno más expresaba con gritos su dolor mientras sus huesos se hacían pedazos entre mis manos, justo entonces, mi vista se aclaró, y logré surgir de tan primitivo estado, justo entonces, ahí mismo, entendí que no había gloria, no había honor ni valor en lo que estaba haciendo.
Fue como despertar de un mal sueño. Solté el brazo de aquel hombre, y lancé lejos a los tres restantes que me golpeaban, mientras yo rugía con un ¡basta, no se muevan más si quieren vivir!
Aetos volvió su rostro a la arena luego de mi rugido. Había un hombre en la arena quejándose por su brazo destruido, cuatro hombres más con heridas pequeñas, y yo no tenía sangre en mi boca, no había mordido la carne de ninguno de aquellos cinco hombres. En un pequeño momento de lucidez y al calor de la batalla, yo Azza, había perdido el sentido de aquella tan deseada venganza. Yo Azza, había descubierto que no obtendría nada de la carne ni la sangre de los cinco soldados.
Avergonzado
Realmente me sentí avergonzado por todo aquello. Realmente era una batalla injusta, porque sencillamente no había oportunidad para que aquellos cinco me derrotasen, podía ponerle fin a la vida de estos en cualquier momento, pero, supe que no estaría complacido con tal logro, ellos no suponían un desafío para mí.
¡No eran rivales dignos de mi fuerza! ¡Claro! Pero, ¿cómo era capaz de perdonarlos? El odio que les profesaba se había ido, el hambre que sentía por sus carnes y sangre ya no estaba más en mi paladar, y sentía pena por aquellos empolvados hombres, definitivamente sentía lástima por ellos. Después de todo, eran ellos quienes cargarían con la culpa de haber torturado al “hijo de dioses”.
Tal era mi vergüenza, que no quise que ellos vivieran con tal culpa sobre sí. Así que me les acerqué, mientras temerosos retrocedían arrastrándose por la arena, y les pedí perdón. ¿Yo, el llamado hijo de dioses, pedía perdón a unos miserables? Por un solo instante en el tiempo me desconocí, mientras ellos se arrastraban, suplicando por sus vidas. No creían posible estar siendo perdonados por quien, hacía solo unos pequeños instantes, estuvo cerca de comerlos.
Me acerqué a Aetos, quien tenía una expresión incompresible en su rostro y le dije: toda mi familia murió por una peste maldita, nueve de mis amadas almas trascendieron, y me esperan ya en el campo de juncos, ya no importa lo que hagan conmigo. Pero, si ellos hubiesen hecho con uno de mis amados lo que hicieron conmigo, habría comido sus carnes y bebido de su sangre y la de sus familias, y créeme, no habría sentido ni el mínimo de los remordimientos.
Mi Credo
Estas palabras, desvelarían a Aetos, el porqué de mi arrepentimiento, luego de haber sostenido una larga charla de donde nacerían muchas hipótesis. Yo Azza, estoy aquí para proteger al débil, soy inmortal y muy fuerte, y lo seguiré siendo, hasta que un dios diga lo contrario, y poco me importa lo que le hagan a mis carnes. Yo me alimento de los hombres y de las mujer que dañan al débil, y que tienen por norma humillar y causar pesares. Yo me alimento de los hombres y de las mujeres que mienten. Amo la carne de los mentirosos, para eliminarlos y para que dejen de ser.