Al finalizar de degustar tan suculento banquete con el que Aetos y su esposa Hannify me honraron, él me pidió que diéramos un pequeño paseo por sus jardines. Aetos seguía muy interesado en mi historia, pero más aún, por lo que sea que yo fuese.
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El capitán entró a la base en su carro, tirado por dos hermosos caballos, saltaba a la vista que este hombre era de sangre noble. Escoltado por veinte soldados hábiles en batalla, con una llamativa armadura hecha de cueros gruesos y algunos refuerzos de bronce. Un poco mayor que yo, excesivamente disciplinado. Un hombre muy diplomático, algo que en su momento resulta bastante útil, especialmente, cuando estás a cargo de tantos soldados.
Leave a CommentA mi rápido y apenado regreso de la ciudad de Pelusio, luego de ver al Sunnu de aquel templo donde me harían tener más miedo del que ya me asediaba, sin mucho rodeo…todos mis amados estaban en esa etapa da la enfermedad que hacía descender su temperatura. Recuerdo enrojecimiento de la piel y sangrado de encillas también, solamente un poeta, un poeta hábil y con gran elocuencia en temas de sufrimiento podría describir mi dolor.
Leave a CommentTodos mis hijos e hijas habrían sido lo mejor de Egipto. Estarían hoy en algún canto antiguo o estarían talladas en algún gran muro sus memorias…todos ellos, todos mis amados murieron y aunque no haya cantos de ellos y sus proezas, muchos cientos de años después viven en mi memoria y cientos de años después, siguen siendo los dueños de mi corazón.
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