Sufrimiento
A mi rápido y apenado regreso de la ciudad de Pelusio, luego de ver al Sunnu de aquel templo donde me harían tener más miedo del que ya me asediaba, sin mucho rodeo…todos mis amados estaban en esa etapa da la enfermedad que hacía descender su temperatura. Recuerdo enrojecimiento de la piel y sangrado de encías también, solamente un poeta, un poeta hábil y con gran elocuencia en temas de sufrimiento podría describir mi dolor. Esa extrema tribulación y congoja, mi angustia por el cuadro que frente a mí se presentaba.
Mi amada Tuseth intentando alimentar a mis pequeños. Heketh solamente me miraba con súplica, si hubiese podido decir palabra, seguramente me habría pedido ayuda. Ninguno de mis pequeños eran capaces de hablar y en ese momento no quería pensarlo, ¡ni eso! Pero los cuatro más pequeños no se movían más, no había respiración en ellos. Azza aún hacía pequeños ruidos como quejas cuando sentía el olor del pan que Tuseth intentaba darle.
Me levanté del suelo y rasgué mis ropas, enfurecido por la impotencia y como si detonar mi ira sobre todo aquello que pudiese romper me daría la fuerza ¡no! ¡la habilidad! El conocimiento y la sabiduría para encontrar la fuente de su mal, la manera de echar fuera ese demonio que asolaba a toda mi familia y todas las demás familias del nomos. Rompía y lanzaba todo lo que podía, maldije a los dioses por la desgracia de mi familia, por mi sufrimiento.
Abrazaba cuanto podía a todos, lloraba sobre ellos, no puedo olvidar el olor de sus carnes, no puedo olvidar lo mal que estaban y aunque quisiera recordarlos siempre en los mejores momentos de sus cortas vidas, muchas de mis pesadillas están plagadas de las peores imágenes que recuerdo de ellos, las imágenes de las últimas veces que les vería.
Otra mala idea
¿Qué podía más hacer? No podía traer a los médicos del templo, eso claramente fue una mala idea, nadie más en alRafah estaba en condiciones de ayudar. La mayoría había muerto ya de hecho, toda mi fuerza y habilidades no servían de nada pero…¿Cómo podía ser tan torpe?¡Sí! ¡El otro lado del valle! ¡La familia de Tuseth vive ahí! En realidad, no medité mucho en la opción, no pensé si alguien podría ayudarme, solamente era una opción más y probable o no, con mis ropas rasgadas tomé mi mejor caballo y cabalgué al otro lado del valle, eran unas dos horas galopando.
No podía pensar en nada, corrían escalofríos por mi cuerpo, oscuras sensaciones de algo inevitable y solamente me hacían presionar más a mi caballo, le azotaba con injuria ¡Corre maldito, corre! Hasta que algunas tiendas del nomos comenzaron a hacerse visibles, las que estaban en las orillas. Más adelante algunas columnas de humo, era una gran planicie, podía ver el lugar desde un par de millas, pero conforme me acercaba, a unos treinta het creo (cerca de una milla) percibí un olor que tampoco he podido olvidar, era carne quemada, pero no olía como la carne de los sacrificios, esta olía diferente, mezclada con cabellos y ropas, mucha carne y vísceras quemándose.
El olor de la muerte y el olor de los futuros muertos contagiados que aún no sabían que habían firmado su sentencia de muerte al llegar a ese lugar. Pensé rápido por fortuna, bajé del caballo y a pie para no elevar el polvo y ser descubierto. Me escondí tras las primeras tiendas, acercándome con sigilo, poco a poco hasta distinguir entre el olor a carne a unos seis vivos, para mi sorpresa, en efecto, era una pequeña cuadrilla del ejercito con un Sunnu del templo y su sirviente.
La peor coincidencia
No puedo evitar sentir cierta culpa aún hoy pues, ¿recuerdan mi incidente con el Sunnu del templo en Pelusio? ¡era el mismo! ¡era el mismo maldito! Ese bastardo no se creyó mi cuento y viajó a las tierras a buscar la plaga de la que le hablé.
En aquellos días, si viajabas de Pelusio hacia mis tierras, no sería lo primero en verse pues estaban en la parte baja del valle, las tierras del hermano de mi padre. El padre de Tuseth estaban en una parte más alta y visible desde la dirección de Pelusio y por eso se volvió el blanco más obvio.
Sé que no los mató a todos solo por mi historia, todos ahí estaban enfermos y en su mayoría habían muerto. El Sunnu hacía su trabajo conteniendo la peste de la única manera que sabía hacerlo. Logré ver como los soldados atravesaron con sus lanzas a un par de vivos, tan débiles y enfermos que la lanza no era sino misericordia para ellos pero yo no pude con eso, mi furia se agravó, mi ira estaba encendida.
Con mis sentidos al cien por ciento, en un conjunto de hábiles movimientos, salí tras una de las tiendas y ataque directo en el corazón al primer soldado que tuve de frente. La sorpresa fue mi ventaja tanto como mi fuerza; estoy seguro que los otros tres soldados intentaron acabar conmigo, pero, los asesiné a todos.
Una nueva Venganza
No era la primera vez que le quitaba la vida a alguien, con el mismo cuchillo, años antes, tomé venganza por mi padre…¡oh si! ¡venganza! ¡Ese dulce platillo que debe servirse frío!, volvería a comer de él.
No puedo decir que lo hice para detener la peste, digo, los soldados y el Sunnu seguramente ya estaban infectados sin saberlo pero, en ese tiempo yo no sabía nada de eso. No lo hice para evitar una epidemia, lo hice por odio, ¡lo hice por venganza! ¡eres un Sunnu! Le dije, ¡vienes a matarlos solamente!.
Sin saberlo, con la muerte de aquellos cuatro soldados, el Sunnu y su sirviente, evité una plaga que, hoy, con mis conocimientos de medicina sé que, dada su rápida propagación habría sido una mortal epidemia que figuraría hoy en los libros de historia, porque no habría quedado nadie para más pinturas en las grandes murallas de Egipto.
El Sunnu y su sirviente murieron bajo el filo de mi chuchillo, los envié a arreglarse con los dioses, lo hice lento, él estaba bastante asustado de ver la forma en que maté a los cuatro soldados, estaba asustado de ver cómo yo había sido atravesado por una lanza y simplemente seguía hambriento de sangre, loco de venganza como si solo de un rasguño se tratara.
Lo tomé de la nuca, lo hice andar de rodillas y lo hice pedir perdón a todas esas personas muertas en el fuego, ¿los ves maldito? ¿ves a todo ese pueblo quemado al que debías ayudar?, ¡ahora mírame, mírame a los ojos maldito! Soy Azza, hijo de Azza el Ave y juro que luego de matarte, luego que mueras por mi mano, mi venganza te seguirá en la otra vida, por los dioses juro que nunca habrá paz en ti.
La maldición
No hay justificación para lo que hice ese día, créanme que me perseguiría por mucho tiempo. Irónicamente fui yo quien no encontró la paz hasta mucho tiempo después por lo que hice. Corté las cabezas de esos hombres y los lancé a todos a las llamas.
Hasta ese momento noté la enorme herida que atravesaba por completo mi pectoral izquierdo. Por lo que recordaba de la pelea con los soldados, debí ser atravesado por la espalda y no me había dado cuenta. No tenía ningún conocimiento médico, pero aun así me pareció raro que no hubiese tanta sangre como debía haberla, sangraba muy poco y no dolía como pensé que algo así debería doler.
Yo ya era un inmortal y aún no lo sabía, no podía morir y no lo sabía…estaba maldito y no lo sabía.