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Malditos Doctores – De mi Origen (Segunda Parte)

Las hierbas para tratar enfermedades eran propias de mis tierras, los conocimientos sobre las enfermedades que nosotros teníamos era básicamente nulos, sin embargo, podrá parecerte extraño luego de exponer el grado de retraso científico de mi era, pero teníamos servicios de salud públicos. Esto era parte de algunas mejoras que los persas trajeron a nuestro Egipto, a los médicos del templo, en ese entonces los conocíamos como Sunnu, adoraban a la diosa Diehuti y aunque ninguno de los nombres que he mencionado se escriben así, en español sonarían de esa manera. 

Estábamos bajo el reinado de Cleopatra I -siempre han escrito ese nombre así en español- quién era la madre de Filométor, éste tenía sangre griega, era descendiente de Ptolomeo, uno de los diáconos del gran Alejandro. Filoméntor, poco después de mi tragedia tomaría el poder, siguiendo la tradición de sus madres y hermanos de ponernos a todos en líos y guerras en busca del poder, que novedad ¿no?, claro que esto fue algo muy común con todo el reinado de la dinastía Ptolemaica. El antecesor de Filométor, Epífanes la tuvo difícil con todas las revueltas en Alejandría y los intentos de invasión extranjera, después de esto, la situación social para el pueblo, mejoró considerablemente.

En las ciudades más importantes había médicos, bueno, eran como médicos brujos en realidad, regidos por el templo, ya les hablé sobre ellos, los Sunnu. Las enfermedades se trataban en primera instancia como una posesión de un ente maligno al mismo tiempo se trataba con hierbas, sales y entrañas de animales, algunas de estas técnicas funcionaban, yo sabía eso y poco antes del fallecimiento de todos mis amados viajé a la ciudad de Pelúsio buscando ayuda, me dirigí directo al templo a exponer mi caso. Pelúsio estaba a medio día de camino desde alRafah, era mi mejor opción, cualquier otra ciudad tan importante para tener mas de algún Sunnu, lejos del tiempo que podía permitirme.

Conté todo detalle al Sunnu del templo sobre la peste en mis tierras, por supuesto pensó de inmediato que un demonio nos azotaba –cualquier enfermedad y una peste especialmente, se trataba en primera instancia como una posesión demoníaca-. Recuerdo bien que hizo preguntas sobre esta maldita peste, preguntó ¿quiénes la tuvieron primero? Yo no lo sabía, digo, casi la mitad del nomos estaba enfermo en un día, ancianos, niños adultos, no hubo un patrón. 

Expliqué todos los detalles que podía explicar al Sunnu, cada pequeño detalle, no omití nada, estoy seguro que el notaba mi desesperación, cada oración con la que cerraba una parte de la historia terminaba seguramente con un ¡dudemos irnos! ¡dese prisa! ¡por los dioses, ayúdeme!!mi familia muere! Y no digo que fuese un maldito insensible, pero seguramente no era yo el primero que estaba rogando postrado en tierra con un problema similar. A pesar de todo, el Sunnu si mostraba estar interesado en el asunto, con esa calma que lejos de disminuir mis ansias me volvía loco y solo me animaba a insistir con más ahínco.

 Solo puedo suponer que este individuo estaba cansándose un poco de mi insistencia y no puedo asegurar que buscase una excusa, pero la encontró, encontró la pregunta que me haría huir y no pretender su ayuda, la pregunta, esa pregunta ¿por qué tú no has enfermado? No lo negaré, tuve miedo, sentí miedo que el Sunnu me negara la ayuda, sabía que mi petición era complicada por el viaje y la severidad, también sabía que ellos se preocupaban mucho por retener las pestes, el problema era el método.

El método para contener una peste en aquella mi era dorada, era enviar al ejército, matar y quemar a todos los infectados, exiliar a todos los que estuvieron en contacto con ellos y también a todos lo que por alguna razón se tuviese la más mínima sospecha en relación a la enfermedad en juicio. Si el Sunnu, quienes eran una gran autoridad, decidía que ese mal era peligroso para las ciudades grandes, ya sea por la peste o a manos del ejército mi familia moriría y seguramente yo también tratando de defenderlos.

Medicina en el antiguo Egipto 1403-1365 a.C. National Geographic

¿Por qué tú no has enfermado? mi joven e inexperta mente había temido lo peor de una manera que hasta el día de hoy me sorprende, me sorprende haber tenido la astucia suficiente para intuir lo que podría pasar y mientras los segundos luego de la pregunta pasaban, yo pensaba rápidamente en una respuesta, en primera instancia para evitar que el Sunnu ordenara al ejército. 

Debo reconocer que a pesar de mi falta de diplomacia, mi gran falta de experiencia mintiendo, se me ocurrió algo brillante…¡he comido miel! ¡he comido miel y por eso no he enfermado! –lo dije alto y claro- ¿Entiendes el problema? ¿Qué iba a decirle…que no enfermé porque soy muy fuerte? ¡habría ordenado una inspección y al ejército de inmediato!

Pues ve y dale miel a los enfermos –dijo el Sunnu- respiré profundo, y salí rápidamente del templo luego de agradecer besando los pies del Sunnu pues, había reparado mi error y una posible prematura muerte de todo el nomos, yo aún tenía esperanzas. ¿Alguien puede imaginar ese horrible sentimiento encontrado? Salí de ahí con la única tranquilidad de no haberlo empeorado todo. No había más por hacer en Pelúsio, las demás ciudades grandes estaban muy lejos, no tenía ese tiempo y no tenía una idea de cómo exponer el caso nuevamente, no volvería a tomar el riesgo.

No tenía más opción que regresar a mis tierras y así lo hice, con prontitud, volví a casa, cubierto de derrota, hundido en el desahucio, casi resignado a verlos morir a todos. Recuerdo haber encontrado a una de mis esposas, quien tuvo la suficiente fuerza para levantarse de las alfombras en el suelo para revisar a mis pequeños, estaba intentando alimentarlos con un poco de pan de trigo, sin éxito, mis pequeños estaban muy débiles incluso para poder comer algo.

Esa imagen hizo recorrer un frío doloroso por toda mi columna, fue como ser envuelto en brasas, una inexplicable sensación, un horrible augurio, una profecía inevitable…mi familia moriría y no había nada que yo pudiese hacer. Recuerdo haberme deslizado lentamente de espaldas a una pared hasta sentarme horrorizado en la tierra. ¿Sabes cómo se siente ver morir a tu familia completa? Estoy seguro que alguno entre tantos que me leen lo sabe, conoce ese sentimiento de impotencia, ese sentir tan fiel, con el que sin dudarlo cambiarías tu lugar con cualquiera de tus amados para que no sufra más.

Podría describirles mucho más todo lo que sentía, pero en el momento que escribo esto, sé que a pesar de haber pasado dos mil doscientos años de este suceso, no he olvidado ni un poco a ninguno de mis primeros amores, a pesar de tanto tiempo no he olvidado el dolor de verlos padecer, de verlos morir lentamente, a pesar de tantos años, revivo el dolor de tal pérdida, cierro mis ojos y digo sus nombre en voz alta, porque después de tantos años, yo Azza, los recuerdo y los amo a cada uno de ustedes mis pequeños y mis virtuosas mujeres. Yo Azza, los recuerdo siempre, sus nueve almas están conmigo y viven inmortales junto a mí.

En memoria de mis nueve amadas almas, inmortales en mi corazón. En memoria de los que más amé, jamás nunca uno más como ustedes mis únicos adorados.

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