Acercándose
¿Eres un demonio? ¿Eres un dios? –preguntó el joven capitán de la base de Teesap– apostado a un par de codos de la jaula, se acercaba para observar lo que allí ocurría, era obvio que la noticia de lo que había ocurrido conmigo en la base militar, ya era de su conocimiento, habiéndole narrado lo sucedido, algún mensajero, seguramente.
El capitán entró a la base en su carro, tirado por dos hermosos caballos, saltaba a la vista que este hombre era de sangre noble. Escoltado por veinte soldados hábiles en batalla, con una llamativa armadura hecha de cueros gruesos y algunos refuerzos de bronce. Un poco mayor que yo, excesivamente disciplinado. Un hombre muy diplomático, algo que en su momento resulta bastante útil, especialmente, cuando estás a cargo de tantos soldados.
No señor, yo no soy un demonio, solamente supongo una maldición sobre mí –esa fue mi respuesta, precipitada talvez- Sus soldados han intentado todo para matarme y no lo han conseguido. El capitán dijo: Mis hombres me han informado todo lo que ha sucedido contigo, no son malos hombres, solamente te odiaron por lo que hiciste, y ahora te temen porque no saben lo que eres.
Gran Valor
Recuerdo muy bien que no sentí olor de miedo en él, es como si supiese que yo no pretendía dañar a nadie, y que las torturas y los múltiples intentos de asesinarme, ya habían sido suficientes e injustos…Jamás olvidaré la expresión en su rostro, esa expresión que decía que ¡había encontrado un gran tesoro!
¿puedo sacarte de esa jaula sin tener problemas contigo? –preguntó el capitán- a lo que yo respondí… no quiero tener problemas con nadie, tú no me odias ni me temes, ¿Qué es lo que deseas de mí? ¿Acaso no han tenido suficiente?, a lo que él respondió: Te sacaré de esa jaula, te limpiarán, compartirás la mesa conmigo, charlaremos como dos hombres, y entonces, sabremos qué hacer contigo, o veremos qué nos aconsejan los dioses.
Miedo a los dioses
Ciertamente, él no estaba mintiendo, tampoco estaba pensando en intentar hacerme daño, realmente quería hablar conmigo, quería saber quién era yo, y por si alguna duda existía, tampoco quería tener problemas con los dioses, si es que era yo un hijo de ellos. El capitán estaba totalmente lleno de curiosidad, ansioso por descubrirme, y ¿quién sabe? talvez usarme un poco.
Accedí a ser sacado de la jaula, el capitán giró una clara orden ¡sacad al hijo de dioses de ahí!, todos los soldados tenían miedo de acercarse un poco siquiera, no puedo negar que disfrutaba mucho de su miedo. ¡Él nos matará a todos! exclamaban los soldados. Hasta que aquel soldado egipcio, sí, aquel que me observaba avergonzado por lo que él sabía que se haría antes de lanzarme con las bestias, se acercó a la jaula y dijo: yo te sacaré de ahí hermano.
Joven Soldado Egipcio
¿Me harás daño si me acerco a ti? Preguntaba estando un tanto alejado de la jaula, recuerdo haberle dicho: tenías que obedecer las órdenes que te dieron, sé que no querías hacerlo. Ahora tienes mucho miedo, y te brota en cada gota de sudor, puedo olerlo, pero no estás entre los malditos que deberán pagar, tienes mi palabra, no te haré daño.
Aunque su miedo no desapareció, subió a la jaula y bajó la escalera por la puerta donde fui lanzado, subí, por ella y mientras estiraba mis músculos, el joven soldado, sacó la escalera, justo en el momento en que los leopardos se volvieron locos, como si alejarme de ellos los devolvía a su estado más salvaje.
Un pequeño accidente
¡Rugí fuertemente para calmarlos! Mi rugido fue tan fuerte, que calmó a las bestias, pero asustó al soldado egipcio, lo suficiente como para no medir sus pasos y caer dentro de la jaula. De inmediato tomé conciencia de lo que había sucedido, y sin pensarlo salté dentro de ella a auxiliar al joven, este se encontraba bien, pero mi cercanía al tomarlo en mis manos lo aterrorizó.
¡Calma hermano, calma! No te haré daño, le decía mientras él no hacía más que aumentar su miedo, la expresión en su rostro ¡era de pavor! Puse mi mano en su pecho y le hice entender, sin decir nada, que, estaba bien, no me alimentaría de sus carnes, ni las bestias lo destrozarían.
¡Todos a sus Armas!
Aunque todo pasó muy rápido, al levantar mi vista, había muchos soldados con sus lanzas y espadas alzadas, listos para atacarme, el olor del miedo invadió la base, el capitán estaba rodeado por su guardia personal, en formación recta frente a mí, a bastante distancia de donde me encontraba. Realmente, considero que, a pesar de ese, ahora hilarante suceso, hubiese sido muy difícil sacarme de ese lugar sin provocar miedo, después de todo lo que ya había pasado.
A ninguno de mis lectores les será difícil ponerse en la posición de aquellos soldados, después de todo lo que habían visto, después de todo lo que me hicieron, ahora yo estaba libre, sin ataduras, más fuerte que nunca, nacido de nuevo, totalmente inmortal y muy hambriento… En serio, deseaba una comida decente, como las que mi amada preparaba para mí.
Tranquilizando el momento
Tomé al joven por su brazo, y lo levanté del suelo hacia arriba de la jaula. Recuerdo que no hice ningún esfuerzo para hacerlo, y es que su peso era casi nada, al menos así me parecía. Mi fuerza seguía aumentando. Puse mi mano en su hombro y le dije: no te haré daño hermano mío… ¿podrías traerme un poco de agua? Realmente tenía mucha sed.
Los soldados mantenían su posición de ataque, yo levanté mis manos y grité ¡calmaos! ¡no os haré daño! Pronto, el capitán hablo con fuerte voz… ¡bajad vuestras armas! Los soldados, temerosos comenzaron a retroceder y a bajar sus armas poco a poco, mientras el capitán comenzó a acercarse a mí con toda su guardia al frente, pero con cierto sentimiento de seguridad.
¡No le haré daño mi señor! –le dije al capitán- a lo que él respondió, pidiéndole a su guardia que le dejasen pasar y que bajasen sus armas. Se acercó a mí, y pidió mi palabra, quería que le jurara que no le haría daño a él ni a sus hombres. Yo dije fuerte y claro: hoy no has merecido mis fauces, y te doy a ti mi palabra, pero, entre tus hombres, cinco de ellos se le apetecen a mi paladar. Mientras sonreía con una burlesca expresión, observando a los que más se empeñaron conmigo.
Un poco de Diplomacia
El capitán y su diplomacia dijeron: supongo que ambos haremos lo que debamos hacer, hijo de dioses. Ahora, respóndeme a esto: ¿Harás lo que debas, o lo que puedas? Y siendo ésta, una de las pocas veces que percibí miedo en él, le respondí: mi señor, yo sigo parado frente a usted, aquí en la tierra de Teesap, pero tenga por seguro, que no es ni por fuerza ni por obligación, sino, porque yo así lo he decidido –advertí-.
Yo no era un político, no conocía las artimañas de la diplomacia en ese tiempo, porque venía de ser un agricultor de lo más común, pero aun, a pesar de eso, mi agudeza mental ya no era la misma, ésta también había cambiado. En ninguna otra circunstancia habría podido hablar así… aunque siempre fui un buen negociante, pero, esta vez, me dirigía a la nobleza.
Un poco de Limpieza
Después de tantos días, mi cabello había crecido al igual que mi barba, estoy seguro que olía bastante mal, no solamente por mi paso por las cloacas donde fui preso, sino también, por los días que compartí junto con mis amigos los leopardos. Realmente no estaba presentable para compartir la mesa con un griego de sangre noble… ¡me limpiarían! El capitán ya me lo había advertido.
Los sirvientes del capitán, me pidieron amablemente que les acompañase, eran dos eunucos y tres hermosas damas, todos egipcios. Se me acercaron con cierto temor, seguramente ya tenían conocimiento de mí, pues en un lugar tan pequeño, es difícil ignorar sucesos de tal magnitud.
Me metieron en una especie de bañera, jamás había visto tales lujos, fue la primera vez que vi un jabón, en ese tiempo se hacía con grasa animal, cenizas y algunos aromatizantes, al decir verdad, hubiese preferido raspar mi piel con una piedra como lo hacía antes. Raparon mi cabeza mientras yo mantenía un leve rugido, no estaba cómodo con que me quitaran todos los pelos de la cabeza y el rostro.
Intentaron cortar mis uñas, ya habían crecido bastante, pero, los instrumentos de aquel tiempo, no fueron capaces de cortarlas, ¡un cambio más! Ya no podía sorprenderme nada. No puedo negar que disfruté la suavidad con la que aquellas femeninas manos egipcias lavaron todo mi cuerpo, los eunucos solamente se encargaban de llevar el agua o cargar cosas pesadas.
El Instinto
Aunque aún estaba en duelo, no pude evitar notar la belleza de una de las damas que me atendía en ese momento, ya eran reacciones instintivas, estoy seguro. Solamente observaba su cuerpo, su rostro, y me perdía en su mirada, pronto sentí aquel aroma, uno de esos olores que, hasta el día de hoy, sigue siendo de mis preferidos, el aroma de una mujer cuando se siente atraída por mí.
Mi instinto ganó, no pude evitar comenzar a acariciarla mientras las tres damas me bañaban, las otras dos retrocedieron, pero, esta mujer, a pesar de haberse asustado un poco, simplemente me permitió continuar, exploré todo su cuerpo con mis manos. Trataba de entender todos los aromas nuevos, no podía deducirlos todos, aún no los conocía, solamente recuerdo que, a pesar de ser nuevos, adoré esas caricias en mi olfato.
La mezcla del miedo, la vergüenza y la excitación en una dama, es simplemente indescriptible, desata instintos básicos, ciertamente me vuelve un poco peligroso, especialmente lo era en ese entonces, en que no tenía ni el más mínimo control sobre esas reacciones. Debo decir que hasta el día de hoy en que escribo estas líneas, no es un instinto que pueda controlar del todo.
Cuando una dama entra en ese círculo, cuando se siente atraída por mí, y despierta mi instinto, será muy difícil librarse de mí, supongo que el control mental, y mi característico aroma, provocan un predecible y satisfactorio final para ambos.
Rápidamente encontré una pequeña ventana de conciencia en donde pensé ¿Qué estoy haciendo? Tuseth vino a mi mente, y bastó su recuerdo para calmar a la bestia… dejé en paz a esta dama. Ambos permanecimos intranquilos, por supuesto, ambos nos deseábamos.
La Casa
El capitán no dejaba de llamarme “hijo de dioses”, lo dijo tantas veces que por algunos pequeños instantes lo consideré posible, y aún lo sentí más, después de nuestra charla. Luego de ser lavado y vestido de manera adecuada para participar en la mesa de un miembro de la nobleza griega, un caballo y dos escoltas me esperaban para llevarme a la casa del capitán, estaba a unos diez minutos a galope.
Llegamos a la casa del capitán, un hermoso lugar lleno de jardines, un gran estanque, higueras, tamariscos, plantas aromáticas, todo construido con geometría rectilínea, todas las paredes del exterior de la casa estaban completamente cubiertos de hierbas. Dos leones de piedra justo en la entrada principal, y dos sirvientes listos para lavar mis pies en la entrada… parecía que todos sentían mal olor cada vez que me les acercaba, pero esto solamente era una costumbre.
Nombres
¡Mi señor! ¿Qué es lo que hago aquí? Pregunté al capitán, este respondió, ¿Por qué me llamas así? ¡Tú eres mi señor! Es claro que esto me dejó desconcertado. Bueno, hace unas horas estaba encerrado en una jaula, y ahora estaba en la hermosa casa de un noble griego, quien me llamaba “hijo de dioses”. Mi nombre es Aetos –dijo el capitán-.
¡Sígueme hijo de dioses! Aetos me llevó al interior de su casa, pronto, tres pequeños y una señorita jugaban por los corredores, me recordaron con tristeza a mis pequeños. Eran los hijos del capitán Aetos, su esposa egipcia se encontraba en el lugar donde se preparaba el banquete, lo supe sin verla, sentí el aroma de esa dama en las ropas de Aetos, y el mismo olor provenía de ese lugar.
Toda esa conjunción de sentidos comenzando a tomar forma, eran simplemente magníficas, recuerdo lo fabuloso que fue cuando pude comenzar a controlarlo y a entenderlo. Podía saber muchas cosas de las que pasaban en esa casa solo con mi olfato, ¿y qué decir de mi vista y mi oído?, pero bien, aun era mucho pedir poder manejar todo eso. Bien, ¡todos los olores de un gran banquete preparándose, me distraían de todo el resto de cosas!, estaba realmente ansioso por comer decentemente.
Hannify
Hannify, la esposa de Aetos salió de la cocina al llamado de su esposo, ¿ves mujer? ¡Este es el hijo de un dios!, Hannify me observó, inclinó su cabeza y dijo: “Bienvenido hijo de dios”. Yo me mantuve en silencio, porque, sinceramente, estaba pensando más en la comida, que en las palabras que alguien podría proferir, y no sé cómo he podido recordar estos detalles.
Nunca había comido en una mesa, no lo hacíamos así, esto era algo que los griegos hacían. No me fue difícil entender cómo hacerlo, solo observé a Aetos, e hice todo lo que él hizo. Puedo recordar que comí y bebí mucho, sin embargo, no tengo el más mínimo recuerdo de qué fue lo que cenamos esa tarde, supongo que no es relevante.
Interrogatorio
Mientras yo estaba tragando comida, al mismo tiempo que todo mundo me miraban como una rareza, Hannify preguntó. ¿quién es tu padre?, Azza el Ave –respondí- ¡no, conozco a ese dios! Dijo ella. Azza el Ave no era un dios mi señora, yo no soy el hijo de un dios, solamente creo que ostento algún tipo de maldición. Aetos ya había dicho todo lo que sabía sobre mí a su esposa.
La esposa de Aetos decía ser una vidente de Ra, eso era relativamente común en esas tierras, y en ese estrato social, es por eso que se mostraba tan interesada por conocerme, por saber quién era y de dónde había salido. No tardamos mucho en llegar a mi historia, conté casi todo lo que había sucedido. Aetos me interrumpió con la historia de la masacre que hice con el Sunnu y sus sirvientes, dijo que eso lo hablaríamos en privado.
Hannify solamente dijo que podía ver un gran poder en mí, y que no podía saber en verdad de cual dios era hijo, y que tampoco podía saber si estaba cumpliendo alguna profecía, era muy poco lo que podía deducir de mí. Verdaderamente sabía más yo sobre ellos, solamente por sus aromas, que ellos sobre mí, con tantas historias, rarezas, dudas y preguntas que hacían sobre mí.
Aetos mencionaba nombres griegos que ya no recuerdo, intentaba relacionarme con alguno de ellos. No puedo culparlos, yo mismo no sabía lo que había pasado, tuve una bien fundamentada teoría científica hace ya varias décadas, misma de la que hablé en otros escritos. ¿Cómo podrían saber que había mutado por causa de un virus? ¡imposible!
Aunque ambos mantuvieron su concepción de que yo era el hijo de un dios, yo no lo sentía así, y trataba siempre de refutar cualquier argumento que les hiciera pensar eso. Lo cierto es que jamás lo logré, nunca los convencí de lo contrario.
Aetos, Hannify, sus hijos y los hijos de sus hijos, hasta la tercera generación fueron mis amigos, fueron mi nueva familia hasta que todos, eventualmente, murieron por el paso natural del tiempo. Me recibieron en su casa siempre que quise, fuese o no por ser el hijo de un dios, me amaron, y yo también les amé, los cuidé a todos, especialmente a sus pequeños.
Al pasar del tiempo me alejé de ellos, por cada muerte de mi nueva familia, yo debía sufrir otra pérdida, hasta que muchos años después, decidí largarme, dejando atrás todo, necesitaba alejarme de la muerte de mis amados, llegó el momento en que no pude soportarlo más.
Aetos murió en batalla… eso será otra historia, porque es digna de contarse.