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Un Nuevo Camino

Luego del banquete

Al finalizar de degustar tan suculento banquete con el que Aetos y su esposa Hannify me honraron, él me pidió que diéramos un pequeño paseo por sus jardines. Aetos seguía muy interesado en mi historia, pero más aún, por lo que sea que yo fuese.

Aetos era un hombre muy sincero, habló siempre con la verdad, nunca tuve siquiera el más mínimo temor de ser traicionado por aquel capitán de los ejércitos de Epífanes. Su palabra era más valiosa para él, que cualquier tesoro sobre la tierra. Esa caminata por sus jardines, cambiaría el curso que mi vida llevaba hasta ese momento.

En una parte más alejada de su jardín, se encontraba un pequeño zoológico con muchas especies de animales, yo jamás había conocido a la mayoría de esas criaturas. Recuerdo con mucha gracia el haber pensado que los primates que Aetos tenía en su colección, eran personas muy extrañas, peludas y pequeñas… ¿De qué lugar son esas personas? –le dije a Aetos- Él sonrió y me explicó con mucho detalle que se trataba de animales que había traído de lugares muy lejanos que yo no conocía.

Aetos era un gran amante de la naturaleza, encontraba fascinante ver y estudiar a estas criaturas. Aetos señaló un lugar amplio que estaba evidentemente en arreglos y dijo: ¿ves ese lugar hijo de dioses? -Mientras yo pensaba que era el lugar donde querría ponerme entre su colección- ¡lo veo!, ¿Qué harás en ese lugar? Aetos respondió que aquel espacio estaba siendo preparado para los amigos que yo había hecho en Teesap… ¡mis amigos los leopardos!

Un Hombre de Palabra

Por supuesto, fui interrogado por Aetos, sobre el suceso con el Sunnu.  Yo decidí no mentir, porque tampoco era muy bueno con eso.  Considero que la mentira requiere una horrenda habilidad, prescrita por el mismo demonio de demonios, pocas personas entienden hoy en día lo que realmente significa mentir, y la cadena de sucesos atrofiados que una pequeña mentira puede desencadenar, al punto que alguien por ahí, la ha considerado muy fértil para engendrar otras.

La historia

Conté toda mi historia a Aetos, desde la peste maldita que me arrebató lo que más amaba, hasta lo cruel que fui con el Sunnu  y  sus  hombres. Con gran lujo de detalles, relaté mi vida antes de que todo aquello sucediera.  Le expliqué que yo era solamente un agricultor y no el hijo de un dios.  Aetos respondió que también había sido un agricultor, mucho tiempo antes de ser llamado por los altos mandos de Epífanes para dirigir parte de su ejército.

Ciertamente me sorprendió saber que aquel gran líder, aquel honorable guerrero, compartía algo en común conmigo, ambos habíamos sido agricultores, y amábamos nuestra habilidad produciendo alimentos más que nuestra maldita habilidad para oscurecer vidas humanas, lo mereciesen o no.

Le conté también todo lo que había sucedido en la base de Teesap, las crueles torturas a las que fui sometido, y el no saber, cómo era posible que siguiese vivo después de todo aquello. Los cambios físicos y mentales que estaba experimentando. 

Recuerdo que hicimos un par de bromas al respecto, Aetos preguntó algo como si podría informarle de cosas que solamente con mi olfato pude descubrir, a lo que lamentablemente respondí:  mi señor, tu aroma es extraño, no puedo reconocerlo, pero, creo que estas enfermo. Aetos muy sorprendido me confesó que estaba siendo tratado por un Sunnu en el templo de Alejandría. Yo no podía saber de qué se trataba, pero ahora sé, que Aetos padecía algún tipo de cáncer muy agresivo y terminal.

Continuando con mi historia sobre la muerte de mis amados, Aetos notó fácilmente la tristeza que yo derramaba al mencionar a mis nueve almas. Llevó una de sus manos a mi hombro y dijo: hijo de dioses, lamento tu pérdida, todo sucede con un propósito dictado por los dioses, y sin dudas, ellos te han elegido, ten por seguro, que a tus amados, los verás algún día en el campo de juncos.

¡Yo no lo creo! –respondí- se ha derramado sobre mí una maldición, ¡yo no iré al campo de juncos! ¡no se me permitirá entrar ahí!  Fue entonces cuando el hábil capitán encontró la oportunidad para hacerme una propuesta, un nuevo camino que, me daría por algún tiempo, un motivo, una razón para seguir con vida.

El costo de Yaaru

Aetos era un hombre muy social, sabía muy bien cómo comunicar sus ideas, y a pesar de ser un poco ingenuo, encontró la manera de conseguir lo que quería de mí. ¿Por qué crees que no entrarás a Yaaru?, se lo he dicho ya mi señor, ¡he sido maldito! –respondí muy apresurado- Aetos respondió: Te veo hijo de dioses y no pareces un maldito, Hannify, mi esposa, tampoco lo cree así.

No tenía mucho para decir al respecto, realmente no había manera en que ellos pensaran algo diferente, seriamente creían en mí como hijo de dioses y no como un maldito, eso me daba licencia para hacer cualquier cosa que me viniese en gana.

Si tú, Azza, hijo de dioses, crees que estás maldito y no podrás entrar a Yaaru, estoy seguro que hay una manera, y si existe una manera, Hannify será capaz de encontrarla y mostrarte tu camino. ¿Qué es lo que debo hacer para entrar a Yaaru? –respondí de inmediato- Hannify, mi amada esposa, ha dicho que debes servir a Sejmet.

En aquella época, se adoraba a Sejmet como la diosa de la venganza y la guerra, en la disputa que se mantenía con los sirios.  En realidad todo aquel asunto se había convertido en una especie de guerra santa, por lo que tenía mucho sentido servir a Sejmet y de ese modo, ganar mi entrada a Yaaru y librarme, tal vez, de la maldición que recién comenzaba a vivir.

Field of Hotep
Aaru en el Libro de los Muertos The Book of the Dead. E. A. Wallis Budge (1857-1937).

Un hombre bondadoso y una propuesta

Mi señor, ¿de qué manera podría yo servir a Sejmet?, mi duda era razonable, aún no había yo comprendido el rumbo al que mi nuevo amigo estaba tratando de llevarme.  Aetos siempre fue un hombre bondadoso, y aunque también pensaba que podía ayudarle, ¡su mayor intención era ayudarme él a mí!  eso era nuevo.

Hijo de dioses, podrías servir a Sejmet en mis filas de armada, sé que tienes habilidad en batalla y que tienes una gran destreza en combate, también sabemos que no mueres ¡todo mi ejército lo sabe!, todos te temen, y ahora también te respetan, estamos en guerra con los sirios y sé que puedes ser de gran ayuda en mis filas.  ¡Imagina que el ejército sirio también te tema!

Aetos planeaba usarme como un arma, Dios me había creado para algo que desconozco hasta el día de hoy, la naturaleza se encargó de hacerme inmortal, y ahora un hombre, me convertiría en un arma contra los enemigos de Egipto.

¿Tenía algo mejor que hacer? Mi familia no existía más, estaba sufriendo una extrema mutación que, a pesar de las experiencias que ya había tenido, aún faltaba mucho por descubrir, todas las personas que conocía, y mis amigo, también habían muerto, ¡todo mi pueblo estaba extinto! Y aun así, tuve la audacia de condicionar la propuesta con algo que no me enorgullece, le pedí a Aetos que se me perdonara por lo que hice, y también por lo que estaba planeando hacer.

Un par de condiciones

¿Qué es eso que quieres hacer hijo de dioses? –preguntó Aetos- en realidad, él no tenía problemas con el asunto del Sunnu, era un lío grave, pero fue claro al decir que tenía el poder político de indultarme.  ¿Qué es eso que harás? ¡dímelo hijo de dioses!, Aetos estaba ansioso, no tengo idea de qué es lo que estaba imaginando, y estoy seguro que mi respuesta le sorprendió.

Yo tenía un deseo muy bien definido, algo en realidad malo e inexcusable, dos bandos debatían al respecto en mi interior, una parte bastante humana y piadosa, y la bestia, ese animal al que es tan difícil controlar.   La bestia había ganado la disputa.

Sejmet no se enojará conmigo si tomo venganza de la carne de cinco de tus soldados –le dije con firmeza a Aetos, mientras saboreaba lo que vendría-. Él, siendo un personaje tan protector con todos sus hombres, se mostró muy sorprendido por mi exclamación, y el miedo que olfatee en él, me hizo saber que cedería, pero, que también estaba bastante acongojado por lo que había decidido hacer.

Tú que me lees, debes entender que yo ya no era aquel hombre de familia, aquel agricultor que guardaba siempre la paz, ahora yo era un depredador y un cazador de otra especie, yo no era más un humano y mi instinto dominaba por completo en aquellos primeros tiempos. La bestia simplemente reclamaba venganza, no por lo que habían hecho, sino por cómo habían disfrutado dañando mi cuerpo. ¡La bestia reclamaba venganza!

Un acuerdo de venganza

Aetos, un tanto desilusionado por mi respuesta, dijo recordar el momento en que yo dije que cinco de sus hombres se le apetecían a mi paladar, y también recordó mis palabras, cuando dije que haría lo que debía hacer.  A pesar de su evidente malestar con esta condición, agradeció que fuese una solicitud y no una noticia de algo ya ejecutado.

¿No crees que sería injusto permitir que tú, siendo hijo de dioses, tomes venganza de unos tontos soldados? –Aetos intentaba persuadirme-  ¿Injusto mi señor? ¿Crees que la venganza es injusta? -dije a Aetos-.  Supongo que él vio la oportunidad de equilibrar esa situación, a lo que procedió con otra propuesta, Aetos dijo: Eres hijo de dioses, sería mucho más justo si se les permitiese defenderse a estos cinco que merecen tu venganza.

Entendí de inmediato que se trataría de un combate, después de todo, Aetos solamente había escuchado historias, poco había visto en realidad, no más que ciertas habilidades y mi dominio sobre las bestias, y si habría yo de entrar a sus filas de armada, como un hombre sabio, Aetos debía estar seguro que lo que había escuchado, no eran solamente cuentos.

Aetos concluyó el acuerdo diciendo, que le daría tres días de preparación a aquellos malditos y que, pasado ese tiempo, yo debía enfrentarlos sin armas, cinco contra uno en el corredor principal del campamento de Teesap,  ¡vaya espectáculo!  Yo estaba bastante consiente que aún no tenía el control sobre lo que podía hacer, sin embargo, accedí, después de todo, ya confiaba en mi fuerza, y si moría, ¿Qué más da? ¿Cinco malditos armados y entrenados, al unísono contra mí, desarmado?  ¡que así sea!  Casi podía saborear el miedo de aquellos bastardos.

Amante de su familia

¿He sido perdonado por asesinar al Sunnu y sus hombres?  -pregunté- realmente ese asunto ocupaba mucho mi mente, después de todo, yo estaba ahí por lo que había hecho con aquellos hombres. Aetos me pidió que dejara ese asunto en el pasado, ¡yo me encargaré de eso, hijo de dioses! –dijo Aetos-  En tu situación, comprendiendo que unos bastardos actuarían en contra de tu familia, yo habría hecho eso y más.

No me sorprendió la respuesta de Aetos, era evidente el gran amor que sentía por su familia, aunque, probablemente, como la mayoría, no lo expresaba tan a menudo.  ¡Vamos! era un hombre muy importante con muchas responsabilidades, una presencia fuerte y una imagen inquebrantable son muy necesarias. A pesar de todo aquello, era un gran consejero para sus hijos. 

Un panorama claro

Bien, las cartas habían sido puestas sobre la mesa, estaba absuelto por lo que sucedió con el Sunnu y sus hombres, había sido invitado a unirme a las filas del ejército de Epífanes bajo el mando de mi nuevo amigo, el capitán Aetos y, podía tomar venganza de aquellos perros que sintieron placer a expensas del dolor de mis carnes y huesos, solamente debía enfrentarme a cinco soldados bastardos entrenados y armados.

¿Qué es lo peor que podía pasar?, ¿morir?, morir sería una gran bendición, recuerdo haber pensado eso, recuerdo haber tomado en cuenta la posibilidad de que aquellos soldados lograsen matarme, y aunque yo había decidido dejar atrás aquel sentimiento, eventualmente, esa sensación, encontraba la manera de llegar de vuelta a mi corazón… si es que aún tenía uno.

Las órdenes del capitán

Aetos dio orden a uno de sus sirvientes, mandó llevar el mensaje a aquella pequeña brigada de lo que pasaría. Tienen tres días para prepararse, esos cinco hombres de las barracas del este, se enfrentarán a este, el hijo de dioses. Lleva mis órdenes mañana por la mañana –dijo Aetos- que sean alimentados con doble ración, que descansen y entrenen diligentemente porque, se habrán de enfrentar a una furia bastante grande.

Ordenó también, que todos los oficiales del ejército que él dirigía, estuviesen presentes en el combate, es fácil deducir el porqué. Aetos necesitaba testigos de lo que ahí sucedería, y necesitaba, como un buen líder, el apoyo de sus oficiales inferiores, sea lo que sea que fuese a suceder en aquel combate.  Curiosamente Aetos estaba indeciso sobre estar presente o no, Aetos, a pesar de haber sido un gran guerrero, sufría mareos ante la presencia de sangre.  Jamás había visto algo así, los griegos realmente eran extraños.

¡Una furia bastante grande! Esas fueron las cortas palabras de Aetos.   Mi amigo no tenía idea de la mala descripción que había hecho, no tenía idea de lo mucho que desestimó lo que la mutación había hecho en mí, y al decir verdad, tampoco yo lo sabía a profundidad, solamente estaba seguro que a estos perros no les sería fácil enfrentarse a mí.

Un gran líder

Aetos era un gran líder, como pocos.  Él deseaba equilibrar la balanza lo más posible, es decir, intentaba que esto se tratase de un combate justo –entre muchas comillas- pero, aunque no por su ingenuidad, Aetos no podía saber que no existía manera de equilibrar los platos de esta balanza, la orden estaba dada y ya no había marcha atrás.

El primogénito del capitán

Esa noche, el capitán me hizo su invitado de honor, pidió a su hijo mayor y no a uno de sus sirvientes, que me ayudase a estar cómodo en aquella hermosa casa. Orien, su hijo mayor, atendió a la petición de su padre, y temeroso, me pidió de una muy amable manera que le acompañase.  Orien era un tipo muy parecido a su padre, por lo que me resultó fácil sentirme en confianza con él, con quien no pasaría mucho tiempo para que se convirtiera en uno de mis más grandes amigos junto con su padre.

¿Tú eres el hijo de dioses? –preguntó Orien- y yo, que ya no pretendía seguir intentando explicar que no era así, y ante la insistencia, respondí con un seco, pero firme:  ¡¡sí que lo soy!!  Él era un hombre muy inteligente, y como ya lo he dicho,  era muy parecido a su padre en muchos aspectos, casi sentía como si estuviese hablando con un Aetos más joven, sin dudas, honraba a su padre Aetos, y sin dudas, lo enorgullecía.

Esa fue una extraña noche, considero que se unieron muchas situaciones como, mis cambios genéticos que no cesaban aún, las ansias de la batalla que me esperaba, y la extra comodidad que sentía en una casa.   Tenía ya algún tiempo de no ser tratado con dignidad, es asombroso lo rápido que eso se olvida. No pude dormir esa noche, deambulé por la casa a oscuras, hasta que decidí salir a los jardines de la casa de Aetos.

Caminata por los jardines

Rápidamente me dirigí al pequeño zoológico, seguía teniendo curiosidad por aquellas bestias de las que jamás había siquiera escuchado una descripción.  Esta vez, me acerqué un poco más a estos hermosos animales, que de inmediato, al instante y todos al mismo tiempo se mostraron muy inquietos con mi presencia, decidí dejarles en paz.  Recuerdo lo mucho que disfrutaba caminar por ese jardín, Aetos era un hombre muy trabajador, no estaba cómodo si no estaba haciendo algo, era él quien se encargaba del cuidado de ese jardín.

Esa mañana, el sirviente de Aetos, cabalgó a la primera luz del alba hacia el campamento en Teesap, donde debía entregar las ordenes que el capitán había girado.  Tres días, a la luz del tercer amanecer, se llevaría a cabo el combate condicional pactado entre Aetos y yo Azza.

Al amanecer del tercer día, los cinco perros se enfrentarían a la furia de algo desconocido para todos, se enfrentarían a la venganza de un ser de otra especie, un ser, que a su propio parecer, arrastraba algún tipo de maldición desconocida y a veces descontrolada, pero que a la vez, en ciertos momentos, proporcionaba un muy buen nivel de placer sobrehumano por su enorme poder, una bestia vestida de hombre… al amanecer del tercer día, se enfrentarán a mi.

En amorosa memoria de un gran hombre

Que descanse en paz, en el paraíso de nuestro Señor.

De su amada familia y amigos.

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